Hace tiempo conocí a una chica excepcional. Su humildad y sinceridad calaron en mi conciencia. Se trata de una chica que sabe ver las cosas de otra forma. Su nombre es Tamara y es hija de padres sordos.
Tamara aprendió el lenguaje de signos en casa, catalán y castellano con sus abuelos y en el colegio, sin ningún tipo de problema.
Su madre quedó sorda a los 3 años a causa de una meningitis, por lo que ya sabia hablar y ha podido mantener sus conocimientos. Gracias a ello se puede defender oralmente con casi total fluidez. Con Tamara se comunica oralmente, pero ella contesta a su madre a través del lenguaje de signos. Su madre está integrada en el mundo de los oyentes porque se puede defender comunicándose oralmente. Con su padre la situación es diferente. Él, en cambio, se siente completamente dentro del grupo de ‘sordos’, tiene una identidad sorda muy arraigada ya que lo es de nacimiento a causa de problemas durante el período de gestación. Ambos saben leer los labios.
Se suele decir que los hijos de padres sordos tienen muchos más problemas, ya que se ven obligados a acompañarles a todas partes y se enteran de cosas que un niño no tiene porqué saber. Tamara lo desmintió, nunca se ha visto afectada en ese sentido. Pero sí que maduró mucho más antes que la gente de su edad. Se ha encargado siempre de sus cosas y se ha espabilado por sí sola. Lo normal es que los niños no se tengan que preocupar de nada. En ese aspecto, sí que acepta que se espabiló de muy jovencita a ser totalmente responsable de sí misma y de prestar su ayuda a sus padres.
Sí que de niña le entristecía que su madre no la pudiera oír cantar o tocar la flauta en los conciertos de Navidad en el colegio. Su único deseo era que sus padres pudiesen oír. Se aferraba a ese anhelo imposible de cumplir. Ella me contó que quizás sí que se sintió diferente durante una época en su vida, cuando era una inocente niña que no entendía porqué sus padres eran en algo diferentes a los de los demás. Pero todo cambió cuando entendió la situación y se dio cuenta que no era un problema, sino otra forma de vida, que había cosas mucho peores. Sus padres han hecho siempre una vida normal, como cualquier otra persona.
Tamara ahora aprovecha su habilidad para hablar la lengua de signos, interiorizada desde pequeña, estudiando Grado Superior de Interpretación en lenguaje de signos. Reivindica que se necesitan muchos más interpretes y su afán es poder ayudar a este colectivo, aun hoy en día, poco reconocido. Ella entiende las dificultades con las que las personas sordas se encuentran a diario porqué ha visto como sus propios padres se topaban con ellas en su día a día. Desea mejorar su situación, trabajar en ello para ayudar a mejorar las opciones de este colectivo.
Tamara concluyó en que se puede vivir y ser feliz sin necesidad de oír. En ese sentido, la vida suena igual para todos.
Laura Cuesta
Tamara aprendió el lenguaje de signos en casa, catalán y castellano con sus abuelos y en el colegio, sin ningún tipo de problema.
Su madre quedó sorda a los 3 años a causa de una meningitis, por lo que ya sabia hablar y ha podido mantener sus conocimientos. Gracias a ello se puede defender oralmente con casi total fluidez. Con Tamara se comunica oralmente, pero ella contesta a su madre a través del lenguaje de signos. Su madre está integrada en el mundo de los oyentes porque se puede defender comunicándose oralmente. Con su padre la situación es diferente. Él, en cambio, se siente completamente dentro del grupo de ‘sordos’, tiene una identidad sorda muy arraigada ya que lo es de nacimiento a causa de problemas durante el período de gestación. Ambos saben leer los labios.
Se suele decir que los hijos de padres sordos tienen muchos más problemas, ya que se ven obligados a acompañarles a todas partes y se enteran de cosas que un niño no tiene porqué saber. Tamara lo desmintió, nunca se ha visto afectada en ese sentido. Pero sí que maduró mucho más antes que la gente de su edad. Se ha encargado siempre de sus cosas y se ha espabilado por sí sola. Lo normal es que los niños no se tengan que preocupar de nada. En ese aspecto, sí que acepta que se espabiló de muy jovencita a ser totalmente responsable de sí misma y de prestar su ayuda a sus padres.
Sí que de niña le entristecía que su madre no la pudiera oír cantar o tocar la flauta en los conciertos de Navidad en el colegio. Su único deseo era que sus padres pudiesen oír. Se aferraba a ese anhelo imposible de cumplir. Ella me contó que quizás sí que se sintió diferente durante una época en su vida, cuando era una inocente niña que no entendía porqué sus padres eran en algo diferentes a los de los demás. Pero todo cambió cuando entendió la situación y se dio cuenta que no era un problema, sino otra forma de vida, que había cosas mucho peores. Sus padres han hecho siempre una vida normal, como cualquier otra persona.
Tamara ahora aprovecha su habilidad para hablar la lengua de signos, interiorizada desde pequeña, estudiando Grado Superior de Interpretación en lenguaje de signos. Reivindica que se necesitan muchos más interpretes y su afán es poder ayudar a este colectivo, aun hoy en día, poco reconocido. Ella entiende las dificultades con las que las personas sordas se encuentran a diario porqué ha visto como sus propios padres se topaban con ellas en su día a día. Desea mejorar su situación, trabajar en ello para ayudar a mejorar las opciones de este colectivo.
Tamara concluyó en que se puede vivir y ser feliz sin necesidad de oír. En ese sentido, la vida suena igual para todos.
Laura Cuesta
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